Invierno 2010
Enrique se veía apático acostado en una cuna junto a la ventana lejana. Su cabeza estaba grotescamente inflamada y aun así el cuero cabelludo estirado se veía brillante. Sus pequeños brazos y piernas yacían flácidos como los de una rana y parecían extrañamente arrugados, como un globo en forma de persona que mi padre me hizo cuando era pequeña después de que el torso y las extremidades se habían desinflamado.